El Celular como prolongación de uno mismo
La juventud actual en las sociedades modernas es inconcebible sin un teléfono celular a su disposición, que no solo cumpla la función de comunicarse hasta con alguien que está a menos de diez metros de distancia, sino que también sirva para las más diversas operaciones imaginables.
El celular constituye una paradoja, por un lado permite la máxima posibilidad para la comunicación y por otro es un elemento que aísla y abstrae al usuario, a quien se lo puede ver deambulando como un autómata, hipnotizado frente a una pequeña pantalla, que además de producirle el deleite de mantenerlo comunicado con sus pares en forma permanente, le promete diversión, entretenimientos, novedades, conquistas, juegos, premios y una variada gama de posibilidades, que superan ampliamente los estímulos propios de la misma realidad que lo circunda.
El celular mediatiza el contacto real con el mundo, dando la oportunidad a los jóvenes de ensayar modos de ser y de decir.
En 2007, el porcentaje de jóvenes de 12 a 19 años dueños de un celular ascendía a 94 por ciento y uno de cada dos preadolescentes de diez a trece poseía uno.
El celular forma parte de la identidad de los jóvenes otorgándoles status social; y el nivel de formación no hace ninguna diferencia.
Los más jóvenes son los candidatos más firmes para incorporar las nuevas tecnologías que aparecen con frecuencia en este rubro; y hasta los noticieros televisivos han modificado sus dinámicas de información con los aportes de las imágenes que les envían sus jóvenes televidentes.
La gente joven se especializa en mensajes de texto y se destacan por la destreza con que operan sus cada vez más pequeños aparatos.
El hecho de no tener que usar anteojos para ver de cerca favorece esta práctica entre ellos, porque ni bien la presbicia aparece en los mayores, se van perdiendo las ganas de mandar mensajes si primero hay que buscar los anteojos.
La gran incógnita es en qué forma podrá afectar el uso excesivo de esta tecnología desde el punto de vista psicológico y social; y en qué medida puede distorsionar el lenguaje y la lectoescritura.
Las investigaciones sobre este tema dan resultados en general positivos, aunque deberían tomarse estos datos con precaución, dado que es probable que hayan sido realizadas por los mismos fabricantes de teléfonos.
Una ventaja es que los padres pueden saber al instante dónde están sus hijos. Los adolescentes pueden mejorar su noción del tiempo, que en ellos está alterada, pueden aprender a ser más ordenados con sus agendas y organizar encuentros a último momento, haciéndolos más espontáneos y flexibles.
Algunos jóvenes han conseguido mayor libertad de sus progenitores gracias a su celular que les permite no cortar la comunicación con ellos.
El teléfono móvil ayuda a encontrarse con otro en medio de una multitud, puede salvar vidas, rescatar a gente que se queda atrapada en ascensores y hasta permite despedirse de las personas queridas, tal como lo hicieron muchos de los pasajeros de los aviones que se estrellaron contra las torres gemelas.
El celular es un indicador de la popularidad social de un adolescente y parece resultar imprescindible para ser miembro de un grupo, ya que el que no está conectado queda fuera de los programas.
Se ha convertido en una especie de amigo virtual siempre dispuesto, a través de personas distintas, a escucharlo, cumpliendo así un efecto catártico.
Los adolescentes sienten que no están solos porque tienen el recurso de establecer contacto cuando lo necesitan; y los tímidos e introvertidos se sienten menos inhibidos.
Este pequeño elemento ha provocado la creación de un lenguaje cibernético apto solo para menores de edad, que consiguen de esta manera mantener cierta privacidad en sus mensajes mediante un código comprensible solo para ellos.
Las investigaciones han revelado que los mensajes que se envían entre ellos, más que información contienen manifestaciones de emociones y estados de ánimo y que la falta de respuesta inmediata a un mensaje puede ser considerada una ofensa.
Lo que resulta negativo y preocupa es el gasto que implican, y la falta de límites, ya que se puede transformar en una actividad adictiva.
Fuente:»La Generación del Móvil», Revista Investigación y Ciencia, Mente y Cerebro, Ediciones Prensa Científica, Barcelona, noviembre diciembre 2009