Filosofía de San Agustín
Desde las profundidades de una vida de errores sin fin es rescatado por la fe y la razón San Agustín.
Para San Agustín (354-430) la felicidad auténtica y el objetivo último del comportamiento humano es la sabiduría que se encuentra en las profundidades de uno mismo, que nos muestra a Dios y que se revela a través de la conciencia.
San Agustín realiza la búsqueda de Dios desde la racionalidad, después de haber pasado por el maniqueísmo y de haber vivido una vida, esclavo de sus deseos instintivos.
Platón fue su inspiración; y su Dios es el que se revela a través del Verbo, porque las palabras de personas célebres fueron las que influyeron en su vida; las palabras de Cicerón lo orientaron hacia la filosofía, las palabras de Fausto, obispo maniqueo, lo liberaron de esa doctrina, San Ambrosio lo acercó al cristianismo y por las palabras de Pablo, se convirtió.
Agustín nació al norte de África, en poder de Roma. Su padre era funcionario municipal y era pagano, mientras que su madre era cristiana. Esa diferencia provocaba tensiones en la vida familiar pero ambos progenitores estaban de acuerdo en procurar a Agustín una buena educación.
Agustín buscaba la fe a través de la razón y Cristo era el objetivo de su búsqueda. Estaba obsesionado por el origen del mal. Se preguntaba cómo Dios, que era toda bondad, permitía la existencia en el mundo del mal.
La explicación dualista que le daba el maniqueísmo sobre la existencia del mal, como una fuerza externa en lucha con Dios en esta vida, de la cual el hombre no tenía responsabilidad, le aligeraba la culpa por su propia conducta moral que lo atormentaba.
Pero la muerte de un amigo lo sumió en una profunda depresión y le hizo sentir el absurdo de la vida que lo obligaba a seguir viviendo.
Agustín abandonó el maniqueísmo cuando el obispo maniqueo Fausto no le pudo dar respuestas racionales a sus preguntas, sino palabras poco documentadas más cerca de la magia que de la razón.
Desilucionado se fue a Roma con la intención de convertirse en profesor de retórica.
La interpretación de las Sagradas Escrituras que el obispo Ambrosio proponía en sus prédicas enseñó a Agustín una nueva manera de encarar estos textos, que satisfacía su necesidad acuciante de encontrar una vía intelectual que lo llevara a la paz mental y a la felicidad espiritual.
Agustín leyó textos neoplatónicos y extrajo una nueva definición del mal como ausencia del bien y la existencia de un Dios bueno y espiritual; y sobre todo, que el conocimiento y la sabiduría aportaban felicidad.
La filosofía se manifiesta para San Agustín como el camino para la búsqueda existencial, la vía del conocimiento y la realización personal a partir de la exploración interior.
Agustín rescata que el mal, al ser ausencia de bien no tiene sustancia y es nada, no Es, porque si tuviera sustancia sería bueno.
Las lecturas de San Pablo y de los neoplatónicos fue el principio de la conversión de San Agustín, porque todavía para él Dios era una necesidad irrenunciable pero a la vez temía renunciar a la vida mundana.
Mientras se debatía en esta incertidumbre y mientras se encontraba tendido debajo de una higuera, oyó el canto de unos niños que estaban cerca y la voz que se destacaba de uno de ellos que decía “toma, lee”.
Abrió la Biblia al azar, tal cual había hecho también San Antonio, y lee la Carta a los Romanos de San Pablo, capítulo trece, versículo trece.
De esa manera, Agustín interpreta esa lectura como una indicación divina para decidirse definitivamente a cambiar completamente su vida, porque la convicción intelectual había estado gestándose durante toda su vida.
Se dedicó así al ocio creador, llevando una vida austera, alternada con meditación, conversación estimulante, lectura de la Biblia y una intensa actividad literaria.