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Confesiones de San Agustín

Publicado por Malena

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Para San Agustín las perturbaciones del alma son el deseo, la alegría, el miedo y la tristeza.

En su libro “Confesiones” expone una verdadera concepción del mundo y de la vida por medio de su propio itinerario espiritual.

San Agustín fue obispo y doctor de la iglesia, su padre era pagano pero su madre era cristiana.

Fue un hombre apasionado que vivió una vida disipada y hasta tuvo un hijo natural.

Se sintió atraído por los círculos maniqueos, e inclinado a estudiar filosofía neoplatónica.

Experimentó una revelación que lo llevaron a leer las epístolas de San Pablo, tomando como guía los Salmos.

San Agustín vende sus propiedades, distribuye el dinero entre los pobres y en Hipona es ordenado sacerdote.

Se dedica a elaborar una nutrida obra literaria de orden teológicas, exegéticas y plémicas, orientadas hacia la búsqueda permanente de Dios.

El significado principal de su labor fue tratar de incorporar las ideas de Platón a la tradición filosófica cristiana e intentar racionalizar la fe.

Es en “Confesiones” donde se empeña en mostrar su genuina forma de ver el mundo y la vida, mediante su travesía en busca de la espiritualidad.

Se preguntaba dónde estaba él antes de nacer y quien era y se daba cuenta que sólo podía provenir de Dios.

De niño había padecido la autoridad de sus padres y el querer de los mayores, la sociedad le parecía tormentosa debido a las miserias y humillaciones que tuvo que pasar.

Era desobediente, jugador y amante de todo entretenimiento pecaminoso, no le gustaba estudiar y se portaba mal.

Se daba cuenta que todas estas condiciones en la vida eran un freno que resultaba beneficioso para los libres impulsos, y que en la vida adulta se podían convertir en cosas peores con consecuencias aún más trágicas.

Que para disfrutar de los placeres de la vida el hombre incurre en el pecado y abandona bienes de mayor valor, como le ocurrió a él que gozaba en la maldad y se deleitaba con el delito.

El libro “Hortensio” de Cicerón le cambió la vida, porque era un testimonio de la sabiduría misma.

San Agustín nos dice que hay que obedecer los designios de Dios, aunque sean cosas que nunca se han hecho.

Sin embargo él demoró en escuchar esos designios y decidió en un principio dedicarse a enseñar retórica, tener a una mujer sin estar casado, y aunque le guardaba fidelidad en el lecho, vivir en el pecado; y aunque estaba aburrido de esa vida, tenía mucho miedo a la muerte.

Pero el tiempo obró en él un milagro y se dio cuenta que las cosas no son permanentes, que son inestables y terminan. Apetecía la paz de la vida virtuosa y aborrecía los vicios y la discordia aunque aún no pudiera alejarse de las mujeres y supiera en el fondo cual era la verdad.

Con el correr de los acontecimientos se dio cuenta que era un ignorante y se desilusionó de las ideas maniqueas.

Decidió irse a Roma y allí cayó enfermo, pero por misericordia de Dios recobró la salud del cuerpo, para poder más tarde salvar la salud del alma.

Lo torturaba la idea de la existencia del mal y al fin se dio cuenta que el mal no existe, que sólo existe el Bien, siendo el mal ausencia de éste. Pero entonces ¿por qué tenemos que tenerle miedo y tomar precauciones si es que no existe?, ¿por qué el mal nos aflige si es nada?

San Agustín quería tener de las cosas materiales plena certidumbre y también poder explicarse las cosas invisibles y la razón de todas las cosas.

Cuando se convirtió al catolicismo, a veces creía firmemente y otras no tanto, pero tomó conciencia que debía apoyarse en la sabiduría de las Sagradas Escrituras.

Vio claramente que Dios corrige a los hombres por sus culpas, que más allá de su mente humana existía una verdad eterna e inmutable mejor que lo mutable y que del deseo perverso surge la necesidad y que de la necesidad sigue el hábito, que es el que finalmente nos convierte en esclavos.