La areté
Se considera a la ética como un saber práctico, fundamental en el propio ser humano, cuya interpretación del individuo mismo dentro de la propia sociedad necesita de un proceso importante de educación en donde ésta sea algo así como una hipótesis o teoría de la misma felicidad humana, en la cual se conjuguen tanto los intereses colectivos como los individuales de cada sujeto determinado.
En este caso, nos encontramos con una palabra imprescindible que se podría traducir como virtud: areté; una cuestión que vendría a ser más adecuada con respecto a la propia excelencia humana. Es un hábito por el que el hombre se hace bueno y realiza bien su función propia. Esto es, por tanto, algo que se tiene, que se incorpora a nosotros mismos, a nuestro propio ser.
Es ahora cuando, por ejemplo, Aristóteles entiende la «energía» (capacidad para actuar) como una función propia del hombre, cuya intervención en el mundo colectivo de los demás sujetos tiene que ser de acuerdo con el «lógos», unidos a la propia racionalidad, cuyo lenguaje nos acerca a ellos, a entenderlos, a comprenderlos, y a conocer tanto a éstos como a ellos mismos.
Aristóteles, en su obra «Ética a Nicómaco», explica que la areté es el término medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto. Es decir, la virtud es la justa medida entre dos extremos. Por ejemplo, la valentía es la virtud que se encuentra entre la cobardía (defecto) y la temeridad (exceso). Esta idea de la virtud como término medio es fundamental en la ética aristotélica y se conoce como la «doctrina del justo medio».
Esto es considerado como una forma superior de felicidad, la cual ya no será un tener sino un ser: aquello que nos hace seres humanos, pues, a pesar de que se piense u opine todo lo contrario, propiamente la felicidad no se tiene, sino se siente; y se siente siempre y cuando, nosotros mismos, nos sintamos capaces no sólo de disfrutarla, sino conociendo éticamente que podemos y que debemos disfrutar de ella.
En cualquier caso, y si bien la felicidad es otro factor a estudiar, la cual, como ya hemos visto en alguna que otra ocasión, es trabajada por algunos filósofos y movimientos destacados, la ética sería asimismo aún más importante, pues ésta nos ayudará a conocer aquello por lo que luchamos, y aquello que, en definitiva, puede hacernos felices o no.
Obviamente, esa capacidad para sentirla (y no tenerla, claro está), está determinada por esa «energía» necesaria tanto para conseguirla como para llevarla a cabo y medida por la racionalidad: esa misma que nos ayudará a saber, definitivamente, lo que puede ser correcto o no.
Además, la areté no es algo que se adquiera de la noche a la mañana, sino que requiere de un proceso de aprendizaje y práctica constante. Es un camino que se recorre a lo largo de toda la vida, en el que cada decisión que tomamos, cada acción que realizamos, nos acerca o nos aleja de la virtud. Por tanto, la areté no es un estado, sino un proceso, un camino hacia la excelencia humana.
Por último, es importante destacar que la areté no es algo exclusivo de una élite, sino que está al alcance de todos. Cada persona, independientemente de su condición social, económica o cultural, puede alcanzar la virtud si se esfuerza por ello. La areté es, en definitiva, una invitación a vivir de la mejor manera posible, a ser la mejor versión de nosotros mismos.