El Atractivo de lo Desconocido
Algunas personas necesitan recorrer el mundo, realizar experiencias nuevas, cambiar de pareja, de domicilio, de amigos o enfrentar difíciles desafíos, para encontrarse a si mismas.
Otros, en cambio, no necesitan hacer ningún cambio afuera ni salir de si mismos para llegar a conocerse.
Ver el mundo puede despertar conciencias dormidas, ampliar la perspectiva, recuperar la sensibilidad, aprender a ser más tolerante y paciente y darse cuenta de que la unidad está en la diversidad; pero no puede cambiar totalmente a una persona.
Algunos suelen condicionarse a los cambios y no pueden acostumbrarse a la rutina, se deprimen y se aburren, porque necesitan la excitación de lo nuevo y de experimentar la sensación de peligro. La monotonía los agobia, los inquieta, los incomoda, la soledad los llena de ansiedad, desean el ruido, comunicarse, empezar algo nuevo, viajar hacia lo desconocido y cambiar de escenario para sentirse vivos.
Desde el punto de vista neurológico la tendencia al aburrimiento se debe a una disminución de un neurotransmisor: la dopamina, que tiene la importante función de procesar los estímulos nuevos.
Estas personas son influenciadas por el entorno, anhelan recibir sorpresas, cambian de gustos y están ávidas de intereses nuevos.
Esta condición los hace muy vulnerables a los peligros, ya que se sienten atraídos por los deportes riesgosos, pueden adquirir adicciones y padecer trastornos psíquicos.
Afortunadamente no son la mayoría, porque en general la atracción hacia lo desconocido es algo que todos sentimos pero no hasta el punto de jugarnos la vida.
Esta forma de ver la vida, como un constante desafío, se nota desde la infancia. Han sido niños que se aburrían rápidamente de todo, movedizos, inquietos, curiosos y extrovertidos.
El deseo intenso de novedades comienza a disminuir a partir de la segunda década de la vida, etapa en que las personas se vuelven poco a poco más apaciguadas; y a medida que aumenta la edad se tornan menos extrovertidas, más formales, más estables y equilibradas.
Para huir de la vida cotidiana los jóvenes se dedican a practicar deportes peligrosos; se oponen a las reglas y a las normas para sentirse únicos y adoptan identificaciones negativas para destacarse sin demasiado esfuerzo.
Sin embargo, los cambios externos no se traducen automáticamente en un cambio notable interno porque es difícil que la gente cambie la personalidad radicalmente, aún cuando tenga que atravesar por situaciones difíciles o inclusive sufra alguna discapacidad física.
Cambiar sigue siendo lo más difícil para un ser humano y el principal problema para el cambio lo constituyen las expectativas exageradas.
Cuando la gente de más de treinta años aprende a apreciar la comodidad y las ventajas de una vida ordenada, le sigue atrayendo lo nuevo, la libertad y el cambio, pero su cerebro ha creado hábitos que le producen satisfacción y sus relaciones sociales le proporcionan seguridad y apacigua sus temores existenciales.
Los cambios pueden ser buenos porque ayudan a crecer y también malos, porque obligan a adaptarse a situaciones difíciles.
Las catástrofes suelen ser experiencias que sirven para lograr un mayor auto conocimiento, y las crisis pueden ser oportunidades para empezar de nuevo.
La clave es valorar el presente, sin tratar de entorpecerlo por la impaciencia de lo que áun no logramos, porque lo que somos y vivimos hoy fue lo que deseamos en el pasado y tenemos que aprender a valorarlo.
El colmo de la vida rutinaria fue la vida de Emmanuel Kant, que nunca salió de su ciudad natal, cumpliendo una férrea rutina diaria concentrado en su trabajo, sin demostrar el menor interés por el mundo, fuera de su ambiente habitual. Sin embargo, su mente era libre y pudo cambiar el pensamiento occidental.
Los hombres de ciencia priorizan el desarrollo de sus ideas y su trabajo antes que sus experiencias vitales. Es más, algunos vivieron vidas miserables atrapados por la necesidad de desentrañar los misterios de lo desconocido.
Stephen Hawking, físico y cosmólogo británico, que ocupa la cátedra de Newton, sólo puede manejar su pensamiento y se siente un hombre libre de continuar su búsqueda aunque esté confinado a una silla de ruedas.
Fuente: Revista Investigación Científica, Mente y Cerebro, Ediciones Prensa Científica, Barcelona, mayo/junio 2009