Juan Pablo II sobre quién es el Papa
La palabra Papa viene del griego y significa Padre. La Iglesia Católica define al Papa como “Vicario de Cristo” y representa al Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad.
Para otros, el Papa es sólo el continuador de antiguos mitos que el hombre de hoy se cuestiona.
Frente a esta inquietud, Juan Pablo II contesta de la misma forma que hizo Cristo a los apóstoles y a Pedro en varias ocasiones, principalmente después que resucitó: “no tengan miedo”, porque los apóstoles tuvieron miedo cuando Cristo fue apresado, cuando se les apareció después de muerto y también cuando dudaron si Cristo resucitado era el mismo que ellos habían conocido.
Juan Pablo II les dice a los hombres que no deben tener miedo de la verdad sobre nosotros mismos, que somos imperfectos y que todo lo que creamos es también imperfecto y más imperfecto todavía cuando más seguros estamos de nosotros mismos.
Jesucristo decía que no debíamos llamar Padre a nadie, porque sólo Dios es nuestro padre; y tampoco deben hacerse llamar Maestros porque sólo hay un Maestro que es Cristo.
Según Juan Pablo II, las expresiones de Padre y Maestro provienen de una larga tradición que se incorporó al lenguaje de la gente y tampoco a esto hay que tenerle miedo.
Juan Pablo II enfatiza, no tener miedo de Dios hecho hombre en Jesucristo que está en todos nosotros.
Pedro no fue capaz de seguir a Cristo a todas partes, especialmente a la muerte y después de la resurrección fue el primero en correr al sepulcro para comprobar si Cristo ya no estaba allí.
Pedro negó conocer a Cristo, aunque lo amaba, para salvarse, y solamente Cristo pudo confiar en él gracias a la acción del Espíritu Santo.
Juan Pablo II dice que poco importa cómo lo llamen a él; Padre, Maestro, Su Santidad, Sumo Pontífice, Santo Padre, porque lo que importa es lo que proviene del poder del Espíritu Santo.
Cristo edifica su Iglesia sobre Pedro, Pablo y los apóstoles, por eso la Iglesia es Apostólica en virtud de Cristo.
Esta revelación se la puede aceptar o rechazar. La acepta el que cree en Dios, en su único Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo que es el que da la vida; o la rechaza si no cree que Dios tenga un Hijo y considera a Jesús como un profeta más.
Los apóstoles dudaron de Cristo crucificado porque no podían admitir que hubiera muerto en la cruz, que hubiera podido ser destruido por sus enemigos si era omnipotente, poderoso e inalcanzable.
El hombre actual duda del Papa y frente a esa duda debe elegir con la ayuda de Dios.
Cristo les dice a sus apóstoles que no tengan miedo del misterio de Dios, ni tampoco de la debilidad ni de la grandeza del hombre, ni de ser testigos de la dignidad de toda persona desde que nace hasta que muere.
Cristo dijo a sus apóstoles que estará con todos nosotros siempre hasta el fin del mundo; que estará presente en la Iglesia y en cada cristiano en virtud del Bautismo y de los otros Sacramentos, afirmando así la dignidad del bautizado y su vocación a la Santidad, en Cristo.
También Cristo está presente en cada sacerdote en forma especial, cuando celebra la Misa, en la Eucaristía, o cuando administra los sacramentos, en Cristo.
Más que una dignidad es un servicio.
San Agustín decía, para vosotros soy obispo y con vosotros soy un cristiano.
Fuente: “Juan Pablo II”, Cruzando el umbral de la esperanza, Ed. Plaza y Jenes, 1994