Verdad, bondad y belleza
Platón fue el primero que instauró, digamos que fehacientemente, una tríada de conceptos que sería asumida, si bien con modificaciones, en siglos posteriores. Es cierto que la teoría casaba con la concepción de los pensadores contemporáneos y predecesores de Platón pero su mérito fue ser más preciso. Dicha tríada es la que resume los mayores valores de la humanidad: la verdad, la bondad (o el bien) y la belleza.
Verdad, bondad y belleza
Ya hemos visto anteriormente que la belleza para Platón distaba de ser meramente fruto de un placer estético, como consideramos habitualmente en la actualidad, y que en su concepción del mundo se podía sustituir por el bien, ya que mantenían las mismas características. Pero ahora vamos un poco más allá, al asegurar que también la verdad está relacionada íntimamente con ella.
Así, la belleza es buena y verdadera, por lo mismo que el bien es verdadero y bello y la verdad es buena y bella. Al interrelacionar tan íntimamente los tres conceptos nos encontramos con que son entes inseparables, por lo que un objeto no será lo uno sin lo otro.
Ahora entendemos mejor por qué consideraba Platón que la cosa más hermosa de todas era la sabiduría, porque en ella se encierran de la mejor manera posible lo verdadero y lo bueno y, por tanto, lo bello.
Mezclar no siempre es bueno
Esta tríada lleva a una concepción extraña del mundo, vista desde nuestro punto de vista, por la que alguien o algo perverso no puede ser bello, por lo menos en el verdadero sentido de belleza. Y lo mismo ocurrirá con la música, la poesía… De ahí que en su Ciudad-Estado ideal, que establece en La República, destierre aquella música que debilite al espíritu, dejando “pasar” solamente a la militar y afines, que sirvan para fortalecerlo. No hay lugar para la belleza sin sus dos compañeras.
Hace tiempo, entre otros gracias a Kant, que hemos separado los tres conceptos, y hemos asumido que se puede dar lo uno sin lo otro, sin embargo, todavía nos queda cierta reminiscencia, cierto regusto moral, cuando salen a la palestra premios importantes en literatura u otros ámbitos artísticos que recaen en personas que han sido criminales o han defendido algún régimen autoritario bajo el que se ha asesinado y/o se asesina a miles de personas.
No es necesario mencionar ningún nombre propio pero pareciera como si la falla moral de la persona invalidase que fuera reconocida su obra. Pareciera como si, cuanto menos, el bien y la belleza no estuvieran del todo disociados.
A pesar de todo, es cierto, y aunque asumamos la disolución de la tríada es difícil no sentir cierto repelús, que surja cierto prurito al ver que personas a las que consideramos perversas son reconocidas, puedan tener algún mérito por el que se incluso admiradas. Pero este sería otra cuestión, otro debate, en el que entraría en juego nuestra necesidad de tener referentes impolutos y lo mal que nuestro cerebro gestiona la ambigüedad moral (lo que conocemos, también, como disonancias cognitivas), que cuando no puede hacerlo de otra forma trata de superar con autoengaños.
Imagen: sarasuati.com