La libertad
Cuenta Leibniz en su teodicea que una de las esencias del ser humano es su indeterminación. Es el estar inacabado lo que le convierte en un ser especial, diferente al resto. Claro, esto supone que podemos elegir, que podríamos seguir nuestro propio camino, como individuos, algo que no podrían hacer los gatos o los pulpos, por poner dos ejemplos. Así, cada miembro de la especie de los gatos, de los pulpos, o de cualquier otro animal no-humano, está determinado por toda la carga genética de su especie, podríamos decir que están determinados por la “gatidad” o la “pulpidad” —y no lo decimos porque suenan realmente mal—.
Sin embargo, los seres humanos, ajá, somos capaces de la individuación, de salir del yugo de la determinación de la especie y avanzar por un camino diferente, inhóspito por no haber sido transitado antes. También lo podrán hacer los pueblos, los Völkers, o eso aseguraba Herder, para el que tanto los individuos humanos como los pueblos tenían su propio camino, que no podía ser determinado desde fuera, sino que debía ser descubierto desde el interior.
Al margen de que creamos o no en esos caminos apartados, dirigidos a cada uno de nosotros –puesto que cada ser humano tendría el suyo propio—, aunque creamos que sean una patraña, vaya, lo que sí es cierto es que conocemos el concepto de “libertad” y lo usamos.
Incluso los propios deterministas, aquellos que niegan la libertad humana y aseguran que todo está escrito y no podemos cambiar nuestro destino, actúan como si realmente fuera posible cambiarlo. Y es que existe una duda crucial, de la que no podemos evadirnos.
Resulta que sabemos, y cada vez lo sabemos más, que nuestro campo de actuación está sumamente determinado a nivel genético, por un lado; y por el entorno, por otro. De manera que hay quienes aseguran que nuestros genes nos dicen qué tenemos que hacer. Y, en el caso de que se les escape algo, ya estará el entorno (a nivel cultural, social…) para meternos en cintura. Así que sería una locura hablar de libertad, o nada que se le parezca. Hacemos lo que debemos hacer y todo lo demás es engañarse.
Pero si actuáramos como así nos parece impeler este pensamiento, si alguien pensara realmente así, ¿por qué actuar? ¿Por qué hablar de elección o de gustos? Nada sería propio sino prestado. Y, claro, ¿quién actúa como si esto fuera real? ¿Quién no elige sus estudios, o su novia o novio, o con quién salir a dar una vuelta, o qué libro leer, o qué película ver, y, en definitiva, todas las elecciones que hacemos a lo largo de nuestra vida? Porque, de ser verdad que estuviéramos determinados, no habríamos elegido nada. Y no elegir nada, en nuestro lenguaje, es no hacer nada, quedarse apático asintiendo con la cabeza ante todo lo que nos suceda.
Sin embargo, ¿no será eso también una elección? Quizás estemos determinados a elegir pero no esté definida nuestra elección. Tal vez seamos libres. Tal vez no. Pero toda nuestra sociedad está fundamentada sobre la base de que lo somos.
Imagen: blogs.21rs.es