La buena ciudadanía (II)
Ayer os emplazábamos a este artículo, donde responderíamos a la —desde mi punto de vista— acuciante pregunta respecto a la importancia moral del pago de impuestos y su necesidad para determinar la buena ciudadanía, ya que habíamos planteado que había otras formas incluso mejores de determinar su bondad, como podría ser donar dinero a, por seguir el ejemplo concreto del pasado artículo, Cáritas.
Por supuesto, que desde Cáritas aseguren que ellos existen porque el Estado no hace su trabajo (que sólo puede hacer si tiene recursos para ello), es decir, que sería mejor que en lugar de donaciones privadas, se le dotara al Estado de mecanismos para que ellos (y organizaciones similares) no hicieran falta, debería tener un peso evaluador importante. Y lo tiene, salvo para aquellos que consideran que obligar a una persona a pagar impuestos es una forma de rapiña y significa que el Estado coarta las libertades de sus ciudadanos.
Claro, este es el quid del asunto, que va más allá de dónde pague Márquez sus impuestos, o cualquier otra persona, porque la tesis fundamental es que los impuestos son una especie carroñera y limitante de la libertad. Lo que, ciertamente, es necesario negar con contundencia.
Todo el entramado defensivo de este caso —pero que como asegurábamos anteriormente es una discusión que utiliza a Márquez meramente como excusa para defender determinados postulados— se fundamenta verdaderamente sobre lo impropio que es el pago de impuestos o, mejor dicho, el obligar a pagarlos.
Es crucial entender que los impuestos son una forma de contribución a la sociedad. Los impuestos financian los servicios públicos que todos utilizamos diariamente, como la educación, la salud, la infraestructura, la seguridad, entre otros. Sin impuestos, estos servicios no podrían existir o serían de muy mala calidad. Por lo tanto, el pago de impuestos es una responsabilidad cívica que todos debemos asumir para el bienestar común.
Además, los impuestos también juegan un papel importante en la redistribución de la riqueza. Los impuestos progresivos, donde los más ricos pagan más, ayudan a reducir la desigualdad económica. Esto es fundamental para mantener la cohesión social y la estabilidad política.
Sin embargo, sin sociedad, sin Estado, no existe ningún tipo de derecho, porque todos son sociales, igual que la libertad humana. Y aunque un Estado puede oprimir (y desgraciadamente todos lo hacen continuamente) también es el principal garante de los derechos. Así que los impuestos no sólo no son por definición una forma de rapiña, sino que son el fundamento para la existencia de cualquier derecho. Y a no ser que se esté dispuesto a defender que es lícito que haya personas a las que se les cercene derechos mientras se les despliegan a otras, se debe defender la existencia y buen funcionamiento de ellos.
Lo que no supone que todos los impuestos sean igual de legítimos, ni siquiera que todos sean justos. A nada que pensemos un poco a cualquiera se le viene a la cabeza algunos, en ciertos lugares, que no lo son. Pero lo que tampoco significa es que todos sean injustos, que es lo que se pretende defender desde ciertas posiciones. No es un acto de rapiña y más que un acto absoluto de coartación de las libertades, son la piedra de toque para su existencia en sociedad.
Por último, si cabría añadir que el pago de impuestos no es condición suficiente, aunque sí necesaria, para ser buen ciudadano. También es necesario hacer todo lo posible —y esto variará dependiendo de la persona, claro— para que los impuestos —y, por ende, el Estado— cumplan su papel, que no es otro que hacer efectivos los derechos de ciudadanía. Esto sí que es un verdadero ejemplo moral.
Imagen: educando.edu.do