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Muerte Inesperada

Publicado por Malena

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Hoy tuve que realizar un trámite en una pequeña sucursal de un banco privado en la zona de Recoleta de la ciudad de Buenos Aires.

Como es común en algunas entidades bancarias, al entrar tuve que sacar un número y luego tomar asiento en un cómodo salón para aguardar mi turno.

Pero cuando llegué allí para sentarme, había un hombre mayor recostado sobre una fila de asientos, que aparentemente había perdido el conocimiento y estaba siendo atendido en forma improvisada por algunos empleados del banco.

Ya habían llamado a una ambulancia y el salón de espera fue desalojado.

Ni bien pude ver una mano de la víctima me di cuenta que estaba muerto, sin embargo las personas que estaban a su alrededor intentaban reanimarlo obviamente sin ningún resultado.

Se fue amontonando la gente y cerraron la puerta de entrada para evitar aglomeraciones.

La ambulancia tardó unos cuantos minutos en llegar, pero antes, se logró localizar a un familiar que llegó enseguida.

La escena fue conmovedora y todos los presentes se sintieron identificados con esa situación, porque ¿quién no tiene un familiar, amigo o conocido mayor que va todos los meses a cobrar su jubilación a un banco?.

Finalmente llegaron dos ambulancias juntas, una era del servicio que suelen tener contratados los bancos para estos casos y la otra del Servicio Asistencial Público.

Los esfuerzos del personal médico fueron infructuosos después de intentar por todos los medios reanimarlo, hasta que se dieron por vencidos y entonces consideraron que había fallecido.

Vino la policía y como suele ocurrir en estos casos de muerte repentina ocurrida en un lugar público, se requirió la presencia de un juez y dos testigos del hecho, que en este caso fueron dos empleados de la sucursal.

Mientras tanto, el banco se cerró y sólo atendieron a los que ya estaban adentro.

Cuando ocurren estos hechos, todos los que tenemos la oportunidad de presenciarlo, tomamos conciencia del milagro de estar vivos, porque vivimos con la ilusión de ser eternos, dándole importancia a cosas que no la tienen y preocupándonos por insignificancias.

Es precisamente en estos momentos cuando nos damos cuenta de que en cualquier momento, podríamos estar muertos.

Cualquiera de nosotros podría haber sido la víctima, porque nadie puede prevenir una muerta súbita, aunque nos cuidemos, hagamos nuestros chequeos de rutina y vayamos al médico.

Mi esposo también fue testigo de un caso similar hace unos años en un banco, cuando un jubilado que estaba haciendo la cola para cobrar cayó muerto en la fila.

Como estaba acompañado por la esposa, el personal autorizado del banco decidió pagarle la jubilación igual, después de muerto, imprimiendo su huella digital en el recibo.

La necesidad tiene cara de hereje, pero una circunstancia de esta índole no libera a los deudos de los gastos que conlleva un fallecimiento en la familia en estos días; de modo que por más conmovidos emocionalmente que puedan estar, no pueden ignorar el problema práctico que se produce cuando ocurre algo trágico.

Pero pude observar que todavía la gente tiene corazón incluso en una gran ciudad como esta, aunque no lo parezca algunas veces; porque todos en ese momento se mostraron solidarios y se olvidaron de sus trámites, de la gripe y del contagio para dar una mano, si eso hubiera sido necesario.