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Los trabajos de Hércules (Segunda parte)

Publicado por Christian

Nota: En la primera parte de este extenso artículo (exactamente, «Los trabajos de Hércules (Primera parte)«, conocimos de cerca los seis primeros trabajos (de doce), que Hércules debía realizar, bajo mandato de, recordemos, el rey Euristeo.

Siguiendo en la línea precisa donde dejamos este post, debemos indicar que, con el pretexto de que había sido el río y no Hércules quien había limpiado el establo (cosa ilógica y difícil de pensar), Augias incumplió su promesa, momento en que, Hércules, que, recordemos, siempre era presentado por sufrir diversos instantes de cólera y nerviosismo terribles, lo mató.

El octavo trabajo fue el de capturar vivo al todo de Creta, en donde reinaba Minos, quien, en una ocasión había prometido sacrificar a Poseidón lo primero que saliera del mar. Y Poseidón hizo nacer del mar un toro hermoso, que Minos, para poder tenerlo, no dudó en sustituirlo por otro para poder sacrificarlo. Sin embargo, y causa de este engaño, Poseidón transformó al toro en una feroz fiera, que comenzó por devastar la región, haciendo cundir el terror y el miedo en todos lados. Hércules consiguió descubrir al animal, agarrándolo por los cuernos y, con enorme fuerza, le torció el cuello hasta derribarlo; después lo aprisionó en una red y se lo llevó cargado en la espalda, a Euristeo.

Les llegó más tarde el turno a los caballos de Diomedes, animales sanguinarios y feroces como las bestias, cuyo cruel amo alimentaba con carne humana: la de aquellos extranjeros que, a causa de las tempestades, se veían en la obligación de buscar refugio en aquellas playas que eran dominio de éste.

Hércules, después de haber matado a Diomedes, lo arrojó como última comida a sus propios caballos, a todos los cuales mató luego.

Para llevar a cabo su décimo trabajo, Hércules tenía que emprender un largo y precioso viaje hacia una isla lejana, situada en medio del océano, que se llamaba Eritea. En este bello lugar vivía un monstruoso gigante de tres cuerpos, Gerión. El monstruo poseía un gran rebaño de becerros y bueyes gigantescos. Hércules tenía que robarlo y llevar a Euristeo las reses más hermosas.

Partió, por ello, atravesando el estrecho entre la Península Ibérica (España) y África, donde colocó dos columnas que posteriormente se convertirían en el famoso límite del mundo conocido, llegando luego hasta la isla lejana. Después de una lucha sangrienta y feroz, mató a Gerión con su enorme clava, llevándose su rebaño.

El undécimo trabajo está, por el contrario, lleno de pormenores diversos y fabulosos, y detalles que demuestran una gran imaginación. Por ejemplo, se trata de encontrar el misterioso jardín donde las ninfas Hesperides, hijas de la Noche, custodiaban con recelo árboles de prodigiosos frutos de oro. Hércules debía llevar algunos de estos frutos a Euristeo, por lo que vagó por el mundo en busca del jardín, sin resultados, hasta que una ninfa le dijo que sólo el viejo dios marino Nereo conocía el camino para llegar a él. Aunque el dios se convirtiera primer en león, luego en serpiente, y finalmente en fuego para huir del héroe, éste consiguió encadenarlo para obtener de él las indicaciones precisas para encontrar el jardín, el cual se encontraba en el lugar donde el gigante Atlas purgaba el castigo de sostener la bóveda celeste sobre sus hombros Hércules se presentó y se ofreció a ocupar su lugar por un tiempo determinado, a cambio de que, lógicamente, fuese a buscar para él las manzanas de oro. Atlas aceptó la propuesta, y finalmente lo consiguió.

El último trabajo, sin embargo, consistió en descender al infierno y capturar a Cerbero (feroz perro de tres cabezas, guardián del Averno). Siguiendo el consejo de Hermes, Hércules se aventuró sin armas por el reino terrible y tenebroso de las sombras, y, así, con únicamente la fuerza de sus enormes brazos, se enfrentó con el monstruo, que se defendía del ataque con furiosos mordiscos.

Consiguió luego encadenarlo y, con el permiso de Plutón, se lo llevó a Euristeo, el cual se asustó tanto que le ordenó que lo llevara al mundo de Hades.

Con este último trabajo, Hércules terminó de purificarse y, al mismo tiempo, consiguió librarse de servir a Euristeo, salvando con ello su pena.