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Física epicúrea

Publicado por Christian

La Física epicúrea se inspira principalmente en Demócrito, siendo por ello, fundamentalmente, materialista. En la Carta a Heródoto, conocemos en primer lugar algunos de los principios básicos de esta física, pues su autor indica que «nada nace de la nada [en primer lugar], por lo demás, el Todo consiste en átomos y vacío (…) y es infinito».

Así, los cuerpos no son sino «pequeños sistemas» de átomos, y, dado que, tanto éstos, como el espacio vacío son a su vez infinitos, se afirma que existen un número igualmente infinito de mundos que nace, que perecen… aunque el Todo es, al contrario, eterno e imperecedero, y nunca desaparece.

Los átomos poseen únicamente tres propiedades fundamentales: peso (propiedad no afirmada explícitamente por Demócrito), tamaño (variable entre un máximo y un mínimo, pero siempre invisible e indivisible), y figura (limitado el número de figuras de los átomos). Y es que, aunque Demócrito suponía que el movimiento de los átomos en el vacío se debía a un presunto torbellino natural, Epicuro especifica que se produce gracias a su peso, e incluso añade una idea más importante, indicando que éstos podían desviarse de forma espontánea de la línea recta de caída, produciéndose choques entre ellos; algo que atestiguan autores como Cicerón o Lucrecio, aunque no sea citada en los textos originales que se conservan de Epicuro.

El epicureísmo permite, por tanto, escapar al rígido determinismo de la física de Demócrito, salvando la libertad del hombre, pero no por ello Epicuro deja de ser mecanicista, pues nada en la Naturaleza sucede con vistas a un fin, dado que todo es debido al azar de ese mismo movimiento de los átomos, no existiendo una intervención divina en la propia constitución de los diferentes mundos.

Los cuerpos que resulan de la agregación de los átomos, no sólo poseen tamaño, figura y peso, sino también cualidades reales y propias, como lo puede ser el color, los cuales se basan en su estructura atómica.

Según Epicuro, el alma es un agregado de átomos muy sutiles que se encuentran extendidos por todo el cuerpo, siendo mortal, material, y conformando (en palabras de Aecio), una mezcla del aire, fuego, soplo vital y un cuarto elemento sin nombre: «Éste último es el órgano de la percepción; el soplo vital determina el movimiento; el aire, el reposo, y el fuego, el calor del cuerpo».

Por todo ello, la percepción sensible se reduce al tacto, y el pensamiento es una especie de sensación inmediata que procede, en general, de la superposición misma de sensaciones inmediatas, siendo el alma un elemento solidario con el cuerpo.

Se propone eliminar mitos y supersticiones, para conseguir que, el hombre, pueda vivir feliz y no condicionado por algún tipo de miedo en concreto (por ejemplo, en cuanto a los dioses, Epicuro admite su presunta existencia, considerándolos seres antropomorfos, inmortales, que viven en los espacios intermundanos, felices y sin intervenir para nada en el gobierno del mundo).