Filosofía

El Agnóstico

Publicado por Malena

El ateo cree que Dios no existe, el agnóstico no lo sabe; sin embargo no es raro que en el momento de la muerte cualquiera de los dos reclame un sacerdote para pedir la absolución, o sea, la gracia del perdón.

Muchos consideran que esta actitud en el umbral de la muerte es sólo debido al temor a lo desconocido, pero también puede ser que solamente en esa extrema condición, una persona esté más cerca de la verdad sobre sí misma.

Los ateos y los agnósticos no quieren hablar de Dios y menos aún de la muerte; no desean enfrentar su condición de seres mortales.

Pascal decía que el hombre que se aburre y quiere divertirse, es el que desea no pensar y perderse en el bullicio de la multitud, el que huye de sí mismo, por el temor de que surja de su interior la verdad de su condición de ser mortal.

Todo aburrimiento significa huir de la idea de la muerte que lleva a pensar en Dios, y el ruido y el entretenimiento les sirve a los mundanos de válvula de escape; acostumbran a reprochar a los creyentes por necesitar a Dios para vivir, pero ellos son incapaces de soportar la angustia existencial.

Hoy en día, el avance tecnológico, científico y médico puede hacer caer al hombre en la omnipotencia de creer que puede llegar a tenerlo todo; pero ante el dolor se da cuenta que no es así; el dolor es el que le quita su soberbia y le devuelve la humildad y el sentido de los valores.

San Agustín decía que la belleza nos fascina porque es una “huella” de la omnipotencia de Dios. Todo creyente puede ver más allá de la realidad; la extraordinaria organización de la naturaleza y la responsabilidad de la libertad del hombre en los males del mundo; porque la belleza y el amor son pruebas de la existencia de Dios y el mal no prueba que Dios no existe.

Esta vida puede ser un paraíso o un infierno y la diferencia no depende de Dios sino de nuestras elecciones.

Conociendo las leyes de la naturaleza accedemos al pensamiento de Dios, ya no es necesario creer sino aceptar que para todo hay un límite en este mundo, que somos parte de un todo y que no podemos destruir esa armonía.

El hombre actual más que creer necesita saber, pero el conocimiento lo puede llevar a encontrar a Dios.

De esta manera Dios estará naturalmente en nosotros, no sólo en el momento de la muerte sino también en el lugar principal de nuestras vidas.

Nietzsche decía que dejar de adorar a los ídolos tal vez sea la forma de encontrar lo sagrado dentro de nosotros mismos.

Si tenemos el poder infinito de querer lo que vivimos y decirle que sí a nuestra existencia, podemos desarrollar la dimensión divina de la existencia. Esto es lo que permite vivir la vida intensamente y lo que le da sentido.

Según Nietzsche, se trata entonces de abandonar a Dios para encontrar ese poder creador que le hemos proyectado y convertirnos en dioses. Si Dios no existe, estoy sólo para imponer mi propio mandato de lo que creo que es el bien y es entonces cuando la conducta moral es genuinamente mía y no surge de la obediencia a un Padre protector.

Lo que parece cierto es que solamente la humanidad hará el bien cuando cada uno aprenda a ser responsable de sus actos y a darle sentido a su propia vida.

¿Y si Dios existiera? Porque no podemos demostrar que Dios existe y tampoco que no existe, porque Dios no es un objeto material y no podemos acceder a él con nuestra mente.

Sin embargo, lo importante no es estar seguros de su existencia, sino tener la esperanza de su existencia y sabiendo que es sólo una esperanza, porque somos humanos y no podemos acceder a otra dimensión no material con la razón.

Tener la idea de Dios como esperanza pero con dudas puede brindarnos una mayor apertura al futuro y proporcionarnos el consuelo que buscamos; porque la posibilidad de Dios aliviará nuestra angustia existencial y nos permitirá soportar los momentos difíciles.

De esta manera, no se centrará nuestra vida en la promesa del paraíso o en otra vida mejor después de muertos, sino en la vida que conocemos que es ésta.

Fuente: “Una semana de filosofía”, Charles Pépin.