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Somos lo que comemos

Publicado por Malena

Ludwig Feuerbach, filósofo alemán del siglo XIX, fue el autor de esta célebre frase.

Comemos comida más fácil de preparar, de engullir y de tragar, que es más rápida, más accesible y más artificial, que nos permite convertirnos en personas más rápidas, insensibles, vulgares y mecanizadas, incapaces de distinguir sabores y de disfrutar de una comida genuina en compañía.

La gente no le da importancia a la comida y sigue de largo con su trabajo, su negocio o su empresa, olvidándose del motivo principal por el que trabaja que es para su sustento.

Muchos imaginan un futuro invadido por la tecnología donde seguramente todo será más standard, más cómodo y también menos natural. Las tareas domésticas las harán los robots, nos iremos de vacaciones a la Luna y cocinar será tarea exclusiva de las máquinas.

Con sólo apretar un botón se podrá obtener un menú gourmet; mientras que para la cena bastará con tragarse una pastilla.

Pensar que una píldora pueda reemplazar una buena comida puede ser atractivo para quienes llegan cansados de su trabajo y sin ganas de prepararse la cena, pero también significa renunciar al indudable placer de comer algo sabroso y nutritivo.

Naturalmente, esto todavía pertenece al género de ciencia ficción, pero hay que reconocer que la mayoría que sale a comer afuera suele preferir, por varias razones, los locales de comida rápida, que no exige tanto la tarea de degustar ni de masticar.

Ideada para paladares poco exigentes y apurados, como los de los niños, que no pueden esperar; y condicionados por el sabor a frito y al aderezo barato, estos menús no se diferencian demasiado del alimento balanceado que comen las mascotas.

Desde antes del descubrimiento de la hamburguesa, comer ha dejado de ser un placer para convertirse en un breve trámite.

Debido al ritmo acelerado de la vida, la gente come cualquier cosa, parada y sola; traga apurada cada bocado sin distinguir bien el sabor, sólo para llenarse y terminar rápido.

Algunos comen mientras caminan, manejan, trabajan, leen, navegan por internet, o viendo televisión su programa favorito. Las estadísticas muestran que casi la mitad de los británicos cenan con el televisor encendido.

Comer juntos se ha convertido en un acontecimiento reservado para algún día festivo o para alguna fecha familiar significativa.

Una persona puede tardar sólo once minutos, término medio, para comer en un lugar de comida rápida; y en su casa tal vez logre hacerlo en cinco minutos si solamente tiene que calentar algo en el microondas.

Este ritmo para comer puede hacer sentir a una persona más libre y conforme que sentarse acompañada a saborear un menú más sofisticado hecho con las propias manos.

La rapidez no sólo se registra en las mesas sino en la producción de alimentos. Pollos que comen las 24 horas y no duermen nunca para crecer más rápido, químicos para combatir las plagas, hormonas de crecimiento, modificaciones genéticas y todos los adelantos científicos al servicio de una mayor rapidez, para reducir costos, aumentar la producción y ganar más.

Las granjas industriales producen alimentos más rápido, más baratos, en mayor cantidad y standarizados a tal velocidad que los alimentos procesados les están ganando la carrera a los orgánicos.

Ahora, la comida preferida para la mayoría no es la más sabrosa y nutritiva sino la más rápida haciendo que la palabra instantáneo se instale para siempre en las alacenas, porque ya es una antigüedad cocinar comida genuina a fuego lento.

Sin embargo, toda esta comodidad que brinda la comida procesada o ya hecha, se está cobrando muchas víctimas. La obesidad se ha convertido en un flagelo mundial así como la diabetes y las enfermedades cardiovasculares; y lo que salió más barato ahora resulta haber sido más caro, porque se gasta más en medicamentos que en alimentos.

Carlo Petrini, autor de varios libros de cocina, lanzó el movimiento Slow Food, que defiende los productos de temporada, frescos y locales, las antiguas recetas y la agricultura sostenible y que trata de conservar el hábito de cenar en familia o con amigos; participando de la idea de que el hecho que comer bien tiene que permitir al mismo tiempo, la protección del medio ambiente.

Fuente: “Elogio de la lentitud”, Carl Honoré.