Filosofía

La Vida Rápida

Publicado por Malena

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Si hay una característica que define al siglo XXI es la rapidez que le exige al hombre para su desenvolvimiento cotidiano; porque el ritmo moderno ha convertido la vida en una sucesión de hechos que obligadamente requieren una velocidad cada vez más vertiginosa.

Ya no hay tiempo para pensar o recapacitar porque las decisiones tienen que ser rápidas y precisas para no entorpecer la actividad de los demás que esperan impacientes su turno.

En un mundo siempre conectado a algo donde no hay lugar para el ocio, la gente está siempre funcionando como máquinas; y la realidad virtual de las pantallas emisoras y receptoras de información, llámense teléfonos o computadoras, supera ampliamente la realidad natural, ganándole cada vez más terreno al contacto personal.

La comunicación por celular está avanzando más que cualquier otra tecnología, y se calcula que los próximos diez años será la que contará con mayores adelantos.

Internet se transformará en información de bolsillo, posible de consultar en todos lados, transformándose en pantallas que se podrán doblar como papeles para no ocupar lugar.

En este momento, cualquier usuario puede ser localizado constantemente y la privacidad se está convirtiendo en una condición suntuaria.

La capacidad de los teléfonos móviles hace posible generar mapas que hasta nos pueden decir cuántas personas con intereses afines están próximas a nosotros y cuáles están interesadas en conectarse con nosotros.

Esperar, tener paciencia, tomarse un tiempo para meditar o reflexionar, se han convertido en términos caídos en desuso, porque todo tiene que ser rápido y estar disponible aún antes de que sea solicitado.

La rapidez imperante da lugar al arte de lo efímero y descartable. Las cosas pasan de moda antes de haber tenido la oportunidad de conocerlas, la atención se torna volátil y la concentración imposible.

La mente se transforma en una máquina de seleccionar lo que sólo le interesa del medio, condicionada por el bombardeo de propaganda y la realidad circundante se convierte en un escenario borroso sin significado.

La premura favorece la oportunidad de captar la atención de los que no se pueden detener a pensar por si mismos que suelen ser los más influenciables.

Así como se vende la comida rápida, se comercializan los demás intereses, listos para acceder a ellos sólo haciendo un click con el Mouse.

También el amor ha sufrido el impacto de la velocidad y se ha convertido en fugaz, inconsistente, etéreo, una ilusión de un día, una semana o un mes, que luego se desvanece tan rápido como se suelen disipar las tormentas de verano. Algo que no impida seguir corriendo después y que permita evaporarse, desvincularse lo más pronto posible y salir indemne de ese furtivo contacto que sólo le deje el recuerdo del goce de haber aplacado su apetito.

Pero la rapidez de los fenómenos vividos no puede metabolizarse ni registrarse, porque son meras experiencias, intervalos de tiempos prescindibles e intercambiables por otros también sin esperanza, porque en el ámbito de la inmediatez no existen ni el futuro ni tampoco las huellas.

Los sucesos políticos también nos muestran que nadie se compromete para siempre, porque los que están en la lucha por el poder, cambian de ideas y de partidos políticos en forma vertiginosa.

Nadie se puede quedar pegado a algo por mucho tiempo porque corre el riesgo de esclerosarse y pasar al olvido.

También los cambios de decisiones políticas cada vez son más veloces e improvisados, sobre la marcha y muchas veces para llegar a ningún lado.

El largo plazo se ha convertido en una utopía porque tienen más repercusión los parches coyunturales a corto plazo que sirven solamente para calmar los ánimos.

Vivir en esta forma vertiginosa es como tragar la comida sin saborear ni masticar, o como beber una copa de vino de un solo trago. No permite paladear ni sentirle sabor a la existencia aceptando vivir sólo momentos fugaces, anestesiados por la rapidez, para no pensar, no sentir, no recordar y poder descartar.