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El significado convencional

Publicado por Esteban Galisteo Gámez

Convencional hace referencia a aquello que se decide mediante un pacto o que está establecido por la costumbre. Se dice que el significado de las expresiones lingüísticas es convencional, que las leyes son convencionales y hay quien está dispuesto a decir que «2+2 = 4» es también producto de convenciones humanas. Sea como fuere, la cuestión de las convenciones no está muy clara. No es raro que cuando se habla de lo convencional se imagine justo lo contrario de lo que se quiere decir. Por ejemplo, no es raro que cuando alguien oye que el significado lingüístico es convencional, se imagine que en algún momento en la historia, los hombres, los hablantes de cierto idioma, se reunieron y pactaron utilizar las palabras de determinada manera (por ejemplo, «llamaremos manzana a esto»). En este caso, nuestro objetivo es mostrar lo que de convencional tiene el lenguaje. Para ello utilizaremos un caso paradigmático de expresión lingüística que adquiere su significado a través de las convenciones, entendidas como la creación de una nueva costumbre y su difusión. En este asunto seguiremos la línea marcada por Gareth Evans, en el capítulo 11 de su obra póstuma, The Varieties of Reference.

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El modo en que se inicia una convención lingüística, el uso de un nombre propio, es como sigue. Supongamos que unos exploradores encuentran un volcán, al que deciden llamar «Teide» (bueno, en realidad no sé cómo fue el descubrimiento del Teide, pero por mor del argumento, supongamos que esto fue así). Estos exploradores vuelven a casa y comienzan a hablar del Teide («En las Islas Canarias hay un enorme volcán al que hemos llamado ‘Teide'»). Estos, los exploradores, son llamados por Evans «productores» respecto de la convención de utilizar la palabra «Teide» para referirse a ese volcán. Las personas a las que estos exploradores hablan del Teide, son consumidores de dicha convención. Los consumidores de una convención lingüística no entienden el significado de la palabra «Teide», aunque saben utilizar la palabra. Que no entienden la palabra «Teide» quiere decir aquí que no saben utilizar expresiones demostrativas, como por ejemplo «este es el Teide» o «aquel volcán es el Teide». Ellos pueden utilizar ese nombre en virtud de que asocian determinadas descripciones al mismo, como por ejemplo «el Teide es el pico más alto de España». Utilizan el nombre por deferencia a los productores.

Ahora bien, supongamos que estos consumidores de la convención de utilizar «Teide» para referirse a determinado volcán viajan a las Canarias y aprenden a qué se le llama Teide, a qué volcán aquellos exploradores decidieron llamar «Teide». Tal vez un guía turístico señala al volcán y les dice «ese volcán de ahí es el Teide». Si esto ocurre, los que antes eran consumidores se convierten en productores. Esto quiere decir que comenzarán a hablarles a otras personas sobre el Teide, que les dirán descripciones del volcán, de modo que proporcionarán a otros usuarios un nuevo nombre, el cual, aunque no entiendan su significado (no sean capaces de decir correctamente «ese es el Teide»), podrán utilizarlo de forma correcta («el Teide tiene una altitud de 3.718 metros»). Estos consumidores pueden crear nuevos consumidores o volverse ellos mismo productores.

De este modo es, más o menos, como se crean convenciones lingüísticas.