Filosofía

Vulcano

Publicado por Esteban Galisteo Gámez

«Vulcano» es el nombre de un planeta inexistente. Bueno, durante un tiempo la comunidad científica supuso su existencia y después dejaron de creer en él. Sea como fuere, este es un capítulo de la historia de la ciencia que siempre ha despertado el interés de los filósofos de la ciencia, en la medida en que nos ayuda a entender cómo funciona la ciencia. En este caso, nos ayuda a comprender cómo se formulan hipótesis de existencia y para qué. Asimismo, también vamos a ver cómo la ciencia pone a prueba las hipótesis.

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Este sería el planeta Vulcano si existiera.

El perihelio de Mercurio

El perihelio de un planeta es el punto más cercano al Sol de la órbita de un cuerpo celeste. Así que el perihelio de Mercurio es el punto más cercano al Sol de la órbita de este planeta. Pues bien, resulta que en el siglo XIX se observó una perturbación: el avance del perihelio de Mercurio, el cual se manifestaba en la lenta precesión de su órbita (la precesión es el movimiento que se produce en los cuerpos en rotación cuando su eje no es totalmente vertical, como en el caso de una peonza).

El caso es que las leyes de Newton no podían explicar este fenómeno ni tampoco la presencia de otro cuerpo celeste conocido. Así que la solución vino de otra parte.

El descubrimiento de Neptuno

Resulta que con Urano pasaba algo parecido que con Mercurio: se observaban ciertas perturbaciones en su órbita, las cuales no podían ser explicadas por las leyes de Newton ni por la presencia de algún cuerpo celeste conocido.

La historia fue como sigue: Alexis Bouvard, un astrónomo francés, había realizado unas observaciones de Urano que publicó en 1821. Allí se hacía eco de las mencionadas perturbaciones, las cuales eran bastante importantes. Y, además, puso la semilla para el descubrimiento de Neptuno: supuso que habría algún otro cuerpo celeste perturbando la órbita de Urano. Así, casi 20 años más tarde, en 1843, un astrónomo inglés, John Couch Adams, calculó la órbita de un hipotético planeta sobre la base de las anomalías que Bouvard había observado en la órbita de Urano.

Adams envió sus cálculos al astrónomo real, Sir George Airy, y este le pidió información más detallada. Adams nunca llegó a responder dicha petición.

En 1846, de forma independiente, Urbain Le Verrier, cálculo la órbita del planeta basándose en las mismas anomalías que Adams y publicó los resultados: debía haber un planeta. Enseguida algunos astrónomos se pusieron a buscarlo, entre ellos el propio Le Verrier, quien contó con la ayuda de James Challis. Ambos dieron con el planeta Neptuno el día 23 de septiembre de 1846. Se encontraba en el lugar en el que Le Verrier predijo que estaría.

El planeta Vulcano

El descubrimiento de Neptuno fue todo un exitazo. Así que el propio Le Verrier, que estaba envalentonado, decidió proponer una hipótesis similar para explicar las anomalías del perihelio de Mercurio. En efecto, nuevamente supuso que debía haber un pequeño planeta, cuya órbita calculó sobre la base de las anomalías observadas. Lo que pasa es que este planeta es invisible la mayor parte del tiempo, ya que se encontraría muy cerca del Sol. Solo sería visible cuando se produjeran eclipses solares.

Dado el éxito de Le Verrier con el descubrimiento de Neptuno, los astrónomos se lanzaron en masa a la caza del planeta Vulcano. Nadie daba con el planeta, sin embargo el peso de Le Verrier en la comunidad científica era considerable, por lo que la hipótesis que postulaba la existencia de Vulcano se mantuvo viva. En 1877 murió Le Verrier, el mayor apoyo de su hipótesis.

No obstante, todavía pasarían casi 30 años hasta que esta hipótesis fue finalmente desterrada de la ciencia. En efecto, tras la muerte de Le Verrier se realizaron observaciones cada vez que había un eclipse solar. Nunca se encontraba nada.

Finalmente, se descubrió que el problema estaba en las leyes de Newton: estas eran más locales que universales, esto es, no podían explicar las anomalías del perihelio de Mercurio sin postular un planeta. Y, puesto que el planeta no se encontraba, no había una explicación plausible de tales anomalías. En 1915, Albert Einstein, echando mano de su Teoría de la Relatividad General, explica las anomalías del perihelio de Mercurio. Resulta que las variaciones eran producidas por el efecto de un subproducto de la fuerza gravitatoria del Sol. Este afectaba a todos los planetas, a unos más y a otros menos. De este modo, Einstein no solo solucionó el asunto del perihelio de Mercurio, sino que descartó la existencia de Vulcano y calculó las órbitas de los planetas con suma precisión.

¿Qué podemos aprender de todo esto?

El anterior capítulo de la historia de la ciencia, lleno de éxitos, fracasos, sorpresas y frustraciones, es muy ilustrativo sobre cómo funcionan algunos aspectos de esta actividad humana.

En primer lugar, pone de manifiesto cómo llega a formularse una hipótesis de existencia, esto es, cómo los científicos postulan la existencia de entidades. Después, ilustra cómo intentan confirmar/falsear sus hipótesis. Primero se supone y luego se busca. En el caso de Neptuno hay que decir que este planeta ya había observado antes de su descubrimiento. Lo hizo Galileo en el siglo XVII. Sin embargo, este no sabía que lo que veía era un planeta y creyó que se trataba de una estrella. Más tarde, cuando los astrónomos miraron al cielo armados con una hipótesis que suponía su existencia, dieron con él.

En segundo lugar, no siempre son criterios científicos los que mantienen viva una hipótesis. La existencia de Vulcano se mantuvo viva tras muchos fracasos por la importancia de su proponente en la comunidad científica. Esta se veía acrecentada por el éxito del descubrimiento de Neptuno.

En tercer lugar, la comunidad científica, cuando tiene una teoría no la abandona tan fácilmente. Digamos que una vez que la teoría está aceptada, los científicos se mueven en el marco de esta. La hipótesis de la existencia de Vulcano se propuso porque las leyes de Newton no podían explicar el perihelio de Mercurio. La reacción inicial no fue desestimar la teoría, sino buscar alternativas sobre la base de que la teoría era correcta. La hipótesis de Vulcano era la alternativa perfecta.

En quinto lugar, hasta que no hay una teoría alternativa que explique lo que la anterior dejaba inexplicado y resuelva las anomalías que la anterior no podía resolver, no se descarta la teoría vieja ni las hipótesis que se formulan para explicar las anomalías que la teoría no puede explicar.