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Galileo y la Ciencia Moderna

Publicado por Malena

galileo y la ciencia moderna

El nombre de Galileo (1564-1642), matemático, físico y astrónomo nacido en Pisa, Italia, está necesariamente vinculado al comienzo de la ciencia moderna.

Este notable hombre de ciencia, estudió medicina pero se interesó particularmente por las matemáticas y la astronomía.

En Astronomía admitió en un principio el sistema de Tolomeo, pero muy pronto puso su atención en la hipótesis de Copérnico.

Galileo comenzó siendo un matemático, llegando a ocupar la cátedra de matemáticas de la Universidad de Pisa, distinguiéndose por sus estudios matemáticos de mecánica, según los principios de Arquímedes (-287-212).

Sin embargo, influenciado por los estudios que realizaban sus colegas científicos, cambió su perfil dedicándose a realizar un escrito filosófico sobre el movimiento.

Galileo buscaba una respuesta que explicara el movimiento de la caída de los cuerpos, el funcionamiento de máquinas simples como la balanza y las fuerzas que actúan en el plano inclinado.

Su reflexión se centraba en la revisión de la física aristotélica, marcando un nuevo estilo científico, la experimentación, que sería la base de una nueva teoría del movimiento.

A principios del siglo XVII se enteró que un holandés había ideado un instrumento que mediante la refracción de la luz era capaz de agrandar y achicar los objetos.

Construyó él mismo un telescopio de refracción y comenzó sus observaciones de los cuerpos celestes.

Este telescopio originó una revolución en la filosofía y en la astronomía, porque al observar los movimientos de los planetas y sus satélites pudo confirmar las afirmaciones de Copérnico (1473-1543) que modificaban para siempre la concepción del mundo que tenía la Iglesia.

Sin embargo no sería su telescopio como medio para explorar el universo lo que le daría fama sino sus observaciones astronómicas, llegando a ser reconocido hasta en China, pero ganándose al mismo tiempo la oposición de la Iglesia que veía derrumbarse su concepción geocéntrica del universo.

El telescopio de Galileo, instrumento de gran calidad, confirmó la realidad del sistema heliocéntrico, propuesto por Nicolás Copérnico, sesenta años antes.

De allí en adelante todos sus esfuerzos se centrarían en probar el sistema de Copérnico mediante una mecánica que explicara los fenómenos terrestres y celestes, síntesis que logró realizar Newton en sus “Principia”.

El protagonismo de Galileo, junto a la serie de otros descubrimientos que se produjeron en esa época, permitió ingresar a la ciencia a la Edad Moderna.

Es cierto que a Galileo le tocó vivir en un momento histórico de cambios que transformaron a la ciencia, ya que desde la edad media ingenieros científicos y artistas se dedicaron a construir grandes obras, como catedrales, barcos y acueductos, dando lugar a la mecánica clásica para dominar las complejidades de todo el arsenal de herramientas que resultaban indispensables para realizar todas esas obras.

Este filósofo se convierte en ingeniero científico, preocupado principalmente en los problemas técnicos y prácticos, pero sin abandonar su intenso trabajo en la elaboración de una nueva teoría del movimiento.

Sin duda, Galileo se dio cuenta de la trascendencia de su trabajo, de modo que fue dejando en segundo lugar sus otras actividades para dedicarse de lleno a ella.

Desde el punto de vista filosófico, sus descubrimientos le daban el derecho de hacer una nueva interpretación de la creación desde su perspectiva, apoyada por sus observaciones, y de escribir en lenguaje matemático al margen de la Biblia, refutando la concepción del mundo según la filosofía aristotélica adoptada por la Iglesia.

Galileo fue condenado por la Inquisición por desafiar la autoridad de la Iglesia, a permanecer prisionero en su casa. Esta circunstancia lo llevó a dedicar todo su tiempo a su teoría del movimiento.

Galileo proponía una nueva forma de conocimiento por medio de la experiencia, tenía un interés científico y no la intención de hacer interpretaciones teológicas.

Fuentes: Enciclopedia Salvat, Tomo VI, Ed.Salvat, Barcelona, 1978.

Revista Scientific American, Edición española, julio 2009